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Sin Fronteras | Juan Carlos Ingunza, 32 años entregado a África


por Adela Estévez Campos

El salesiano barakaldés Juan Carlos Ingunza Uscola (1952), ha pasado 32 años de su vida en distintos países de África predicando el evangelio y dedicado a la enseñanza y a la administración en escuelas profesionales y seminarios. Hijo del que fuera alcalde de la anteiglesia, Luis Ingunza Gorostiza, algo que afirma no supuso ni una carga ni un privilegio, destaca de la población africana, su cercanía, la facilidad con la que establecen relaciones y su ausencia de prejuicios. Denuncia la falta de ayudas en estos momentos al continente africano por parte de las autoridades españolas. Y aunque asegura que hay suficiente gente joven muy preparada trabajando allí, no descarta volver.


Pregunta. ¿Cómo fue su infancia en Barakaldo?
Respuesta. Como la de cualquier crío en aquella época. Primero estudié en las escuelas de Larrea y luego en Salesianos hasta que a los 14 o 15 años me fui al seminario.

P. ¿Le gustaba estudiar o prefería el deporte?
R. Prefería el deporte. Jugaba al baloncesto y participé en varios campeonatos. Nunca fui demasiado estudioso, iba sacando las asignaturas, alguna vez dejé para septiembre.

P. ¿Qué tal llevaba el ser el hijo del alcalde?
R. En ningún momento sentí el peso de esa situación ni tampoco tuve ningún privilegio por esa causa. Mi padre se cuidaba muy mucho de ello.

P. ¿Cómo surgió su vocación religiosa?
R. Me gustaba mucho el ambiente de los salesianos, sobre todo el de las tareas paraescolares: el oratorio, el teatro, las actividades de patio, las salidas en grupo y la relación con los salesianos, que eran muy cercanos a nosotros.

P. ¿Y la idea de irse a misiones?
R. Cuando estaba en el seminario, leyendo la revista 'Combonianos' y escuchando a los misioneros que venían de visita, me empezó a llamar la atención la idea de predicar el evangelio de otra manera y de trabajar con los más pobres. Así que, bastante joven, a los 18 años, escribí a los responsables para pedir irme.

P. ¿Cuándo se marchó?
R. Primero estuve estudiando Filosofía en Guadalajara; después tres años de prácticas en el seminario menor, en Zuazo de Cuartango (Álava); a continuación cursé estudios de Teología en Salamanca y finalmente estuve dos años en Logroño. En agosto de 1980 me fui con el Proyecto África de los salesianos a la República de Benín.

P. ¿Qué encontró allí?
R. Todo era nuevo, diferente. La población era muy acogedora. Estaban viviendo una revolución marxista de las muchas que hubo en África durante esos años, y nosotros llegábamos para ver que se podía hacer. La situación política era muy extraña porque, a pesar de ser un régimen marxista duro, la población e incluso los mandatarios eran profundamente religiosos.

P. ¿Tuvieron algún tipo de problema con las autoridades?
R. No, en ningún momento nos plantearon ninguna dificultad, ni de movimiento ni de actividad. Hubo que aprender mucho, porque la gente piensa y siente diferente. Fueron tiempos de aprendizaje.

P. ¿Qué echaba de menos de Barakaldo?
R. Nada. No echaba de menos nada. Cuando uno es joven, los inconvenientes de falta de comodidad no son un problema. Los primeros años los pasé en un poblado sin agua, sin luz, sin teléfono, sin hospital, sin tiendas ni supermercados, sólo había un pequeño dispensario atendido por unas religiosas, y las compras de cada día las hacíamos en el mercado como todo el mundo. Uno se adapta.

P. ¿Ni siquiera añoraba la comida?
R. Algunos platos chocan un poco, sobre todo algunas salsas picantes o las carnes de origen desconocido. Pero los que están al lado lo comen y tú lo comes. Si te haces problemas de todo o tienes miedo, el avión para regresar está muy cerca.

P. ¿En qué lugares de África ha estado en estos 32 años?
R. Los primeros 22 años estuve en distintos lugares de Benín, primero en una zona rural y después en la capital abriendo una parroquia y una escuela profesional con talleres de carpintería y electricidad.

P. Algo que va muy unido a los salesianos.
R. Es cierto. En África del oeste —francófona— hemos abierto unas 15 escuelas profesionales.

P. ¿Y después de Benín?
R. A Togo. Allí estuve tres años en el seminario, como administrador y dando clase. Tres años en una parroquia en Costa de Marfil y ahora estaba en Malí en una escuela técnica.

P. ¿La situación en Malí era complicada?
R. Era más que complicada. Pero la zona en la que estábamos nosotros era muy tranquila, estábamos muy alejados de donde se producían los conflictos.

P. De los países en los que ha estado, ¿con cuál se queda?
R. Con todos. Cada uno es una experiencia diferente. El que más ha progresado en todos los aspectos es Benín: económico, social y democrático. Es el único que cuenta con un sistema anticorrupción más o menos instalado y con una democracia estable. El más problemático, Costa de Marfil, con un presidente en el Tribunal de la Haya, es una bomba de efecto retardado. Malí es el que yo he encontrado menos desarrollado y con menos recursos.

P. ¿Qué tienen en común?
R. Todos son muy acogedores. En Malí, por ejemplo, el 95% de la población es musulmana practicante, pero profundamente respetuosa con los que llegamos allí pertenecientes a otras religiones. Los problemas que han existido con Al Qaeda no eran de confrontación religiosa. Todos los países tienen un nivel de escolarización a mejorar, sobre todo en lo que a la mujer se refiere, y un nivel de organización social deficitario, muchas veces por falta de medios. En general, el nivel de pobreza es tal que sólo el hecho de comer es para muchas familias la lotería de cada día.

P. ¿Qué se trasladaría de África a la anteiglesia?
R. La cercanía de las personas, la facilidad con que la gente se trata. El tipo de relación humana es más sencillo, hay menos prejuicios.

P. ¿Y qué se llevaría allí?
R. El nivel de formación y el de organización de la sociedad.

P. ¿Cómo eran las relaciones con las organizaciones de otras confesiones y con las ONG?
R. Las situaciones límite tienden a acentuar la solidaridad. En esos casos las relaciones entre iglesias son mucho más fáciles y la colaboración es más espontánea.

P. ¿No existían rivalidades por ver quién se llevaba el mérito?
R. No, todo lo contrario. Intentábamos colaborar para facilitar el trabajo. Había reuniones periódicas para tener mejor efectividad. En casos de crisis, la operatividad está por encima de ideologías y creencias.

P. ¿Reciben colaboración de las autoridades españolas?
R. Va por épocas. En estos momentos está desaparecida. Ha habido temporadas muy buenas en las que era fácil obtener ayudas para pequeños proyectos de algunas organizaciones sociales o ayuntamientos. Pero en la zona en la que yo he estado, que es de influencia francófona, el gobierno español tiene una influencia mínima. Ha habido cooperación más importante con Senegal y Malí por la campaña contra la inmigración ilegal.

P. ¿Por qué ha vuelto a Barakaldo?
R. Porque cumplí los 60 años y estando en una escuela pasaba a ser un jubilado. Además hacía tiempo que había pedido un período de 'puesta al día’.

P. ¿Añora África?
R. Por supuesto. Son muchos años, muchas experiencias y muchas personas.

P. ¿Se plantea volver?
R. Allí hay mucha gente joven que lo hace muy bien y si vuelvo no será porque me necesiten, aunque vistas las perspectivas de trabajo aquí, todavía no está decidido.

P. ¿Cree que, con el papa Francisco, África tendrá un nuevo papel en la agenda papal?
R. No hay una institución que tenga más presencia asistencial en África que la iglesia católica, sobre todo a través de la acción de las religiosas, y eso no va a cambiar, por lo que no va a notarse una gran transformación. La sensibilidad del nuevo papa está con los pobres y por tanto tiene que estar con África.

P. Ante la extensión del sida en el continente africano, ¿ve posible que cambie la postura de la iglesia sobre el uso de preservativos?
R. Este tema hay que verlo desde África y no desde Europa, como muchos otros problemas. Estuve dando un curso de teología en nuestro seminario de Lubumbatsi (Congo Democrático) y me dijeron “pase lo que pase no dejes que te pongan una inyección”, ya que por necesidad reutilizan las agujas. Me confiaron también allí unos cursos de religión en un colegio de muchachas, en bachiller y me enteré que el 70% eran seropositivas, víctimas de las violaciones sistemáticas que se realizan en época de conflictos bélicos o de la mala asistencia médica.

P. ¿Qué habría que hacer entonces?
R. Es más importante preocuparse por el respeto de la dignidad de la mujer, por un servicio de salud con garantía suficiente, por una formación e información del modo de trasmisión de la enfermedad. Cuando se tiene una relación un poco estable, el preservativo se considera signo de desconfianza hacia el otro, luego es como si no existiera. Hacemos muchas campañas para que los jóvenes, sobre todo ellas, se hagan el test y exijan el test antes de comenzar una relación. Muchas jóvenes utilizan el sexo para poder sobrevivir, es frecuente que las madres en las grandes ciudades envíen a sus hijas a buscar un poco de dinero para que la familia pueda comer. Intentamos convencer a las jóvenes de que sólo acepten salir con gente más o menos de su edad. Le aseguro que en casi todos esos casos que acabo de enunciar no hay ocasión de utilizar el preservativo.

P. ¿Qué recomendaría a los medios de comunicación europeos que informan sobre el tema?
R. Que visiten si pueden un centro de acogida de niñas de la calle en cualquiera de nuestras ciudades de África, y que les cuenten sus historias. ¿Para qué sirve ahí la pregunta sobre el preservativo? Estudien las campañas antisida realizadas en Uganda o en Tanzania, o en Kenia, y verán lo que hacen las instituciones religiosas cristianas. También hay que tener en cuenta que la iglesia católica es minoritaria en cualquiera de esos países, así que para hacer frente a un problema de una importancia tal más vale unir fuerzas y aplicar el sentido común propio, sin tener mucho en cuenta ni los planes ni las ideologías que vienen de los países acomodados.